En el mes de agosto del año 2015, en la cumbre de su carrera como modelo, Cara Delevingne (Londres, 1992) terminó por salirse voluntariamente de la fotografía. Decepcionada con la industria de la moda y abatida por su ritmo de trabajo (en el año 2012 alcanzó a desarrollar psoriasis debido al estrés), la chica de las cejas tupidas dijo basta; avisó su retirada de las pasarelas para concentrarse en su naciente carrera como actriz y cortó lazos con su agencia, Storm. La que era la supermodelo del momento, la verdad es qué, jamás había querido serlo.
Cara Delevingne creció en una familia de clase alta y bien vinculada. Su padre, Charles, es promotor inmobiliario; su madre, Pandora, trabaja de personal shopper en los lujosos almacenes Selfridges; su abuela era dama de compañía de la princesa Margarita; su bisabuelo, vizconde; su tía, íntima de Churchill. Y se podría continuar. Desde que Christopher Bailey, de Burberry, la desembuchó en 2011, y Karl Lagerfeld la glorificó un año más tarde, Delevingne tuvo un ascenso esplendido. Pero tras la fachada glamurosa de party girl, peleaba con varios demonios. Y el ámbito de la moda implicó ser un mal contexto para exorcizarlos.
No ha vuelto a una pasarela desde marzo de 2015, pero es imagen de las últimas campañas de Saint Laurent o Marc Jacobs, y embajadora de la empresa cosmética Rimmel. Asimismo participa en planes humanitarios como I’m Not a Trophy o Jeans for Refugees. Con relación al cine, parece ser que la pasión con la que se ha inclinado en él está dando sus frutos (sin embargo, con división de opiniones entre los críticos); luego de Escuadrón suicida estrenará Kids in love; London fields (basada en la novela de Martin Amis); Tulip fever, con Alicia Vikander; yValerian and the city of a thousand planets, de Luc Besson.